EL CAMINO DE LA FORMACION Y PARTICIPACION POLÍTICA


Nadie quiere el estandarte
si es lunga la procesión
(Ricardo Iorio)

Eso llamado Política

La Política no parece tener buen nombre: el “desprestigio político” resulta un fenómeno frecuente y el ruedo político a veces sólo sirve para descargar conflictos y frustraciones por parte de los integrantes de la sociedad.

La palabra proviene de la raíz griega  polis que designaba aproximadamente lo que hoy llamamos la sociedad, de ahí que la Política trate de “la vida en sociedad” y su cuestión esencial consista en responder a la pregunta: ¿Cuál es la forma de organización social que permita vivir una vida digna, verdaderamente humana?

Su objetivo básico es la defensa de los derechos y el desarrollo  de las personas reales y concretas, de cada persona y de todas las personas: no es “el ciudadano” en abstracto, ni “la Nación” ni otros conceptos genéricos que al final resultan declamaciones.

Al mismo tiempo, para que un país sea  democrático, no basta que así lo exprese su Constitución, sino que el funcionamiento de sus instituciones y la vida de sus ciudadanos se desarrolle democráticamente, porque no hay democracia sin demócratas.

Los pueblos construyen sus gobiernos eligiendo autoridades para que las decisiones que  adopten estén destinadas a una convivencia feliz.

Pero su logro requiere ciertas condiciones: que las elecciones aseguren que los elegidos representen realmente a sus votantes; que existan mecanismos como para controlar que las decisiones no estén dirigidas a sectores privilegiados; que el poder sea ejercido para “servir” y no para “mandar”…

Esto supone una real participación de la ciudadanía y que ella esté en condiciones de ejercer esa función. O sea: que posea las aptitudes necesarias: conocimiento, mentalización, experiencia  práctica, “virtudes cívicas”… Por eso resulta de importancia perentoria la formación política de los ciudadanos. (1)

Así, hoy, en concreto, podemos preguntarnos: ¿Cómo se forma nuestra población en materia política? ¿Se supone que esta capacidad se desarrolla espontáneamente, al modo de una función “natural” como el lenguaje o la conciencia? ¿O se requiere “educación”, “aprendizaje” o cosa semejante? ¿No es lógico suponer que la calidad de ese desarrollo en la población determinará una mejor vida política?

Y es una realidad que, de hecho, muchas veces la gente se plantea: “Yo, que hasta ahora no tengo formación ni participación política especial, ¿cómo orientarme para responder a mi condición de ciudadano/a partícipe y responsable?”

La participación política es, ante todo, despertar a la toma de conciencia de que no somos sólo habitantes, sino también ciudadanos. Puesto que existen decisiones públicas que nos afectan, todos tenemos derecho a la participación de un proyecto colectivo, como ciudadanos que decidimos asumir nuestras responsabilidades y ejercer nuestros derechos.

Además de un derecho, la participación es una obligación ética. Así como necesitamos de los otros, también tenemos deberes de reciprocidad. Es necesario hacerse cargo de la realidad en que vivimos: si no nosotros ¿quiénes?

Militar políticamente es saber que podemos jugar un rol en beneficio de la sociedad, pensar en algo más que en nuestro interés personal, participar de un proyecto colectivo. Comprender la alta dignidad de la Política es entender que ayudar a un pobre es una obra buena y necesaria, pero generar procesos y construir estructuras que ayuden a muchos es de una jerarquía todavía mayor. ¡Y la Política busca el “bien común”, que es el bien de todos!  

Los 500 jugadores que participaron en el Mundial de futbol, en sus no más de 100 horas de juego, tuvieron en vilo a miles de millones de habitantes del planeta durante meses. A la hora de un encuentro, ciudades enteras vaciaron sus calles con habitantes refugiados en sus aparatos de televisión, se montaron millones de horas de programas televisivos con comentaristas futbolísticos y se movilizaron volúmenes económicos fabulosos en viajes, hoteles, artículos de propaganda, publicidad escrita, radial y televisiva en todos los países. Fue un puñado de actores para un número astronómico de espectadores, algo así como un grano de arena para una montaña.
 La vida de un país es similar a un Mundial. Hay un número reducido de “casilleros de decisión” donde se define la vida de millones de conciudadanos.
(2)
A lo sumo son 500.000 integrantes de los tres  poderes del Estado que afectan la asignación de recursos de más de 40.000.000 de argentinos. Alguien debe ocupar esos cargos  municipales, provinciales y nacionales del aparato estatal, y lo harán los ineptos y corruptos si otros no lo hacen siguiendo el argumento de “la política no es para mí; bastante hago votando cada dos años, pagando mis impuestos y sin robar nada a nadie”.

Al ser ciudadanos somos “partícipes necesarios” ¡y hasta cómplices! de los hechos sociales. Todos influimos y somos influidos mutuamente: funcionarios, políticos y militantes logran cambiar la realidad con sus errores o aciertos, siendo eficientes o ineptos, honestos o corruptos, pero los indiferentes, descreídos o individualistas, con su actitud pasiva resignada o ignorante también deciden que “dejemos todo así”. Todos, aun por el mero hecho de opinar, actuamos. En política, el silencio o la inacción también son “mensajes” tan importantes como la palabra o la acción, porque “el mensaje es acción” que produce efectos.
De todos modos, siempre hay que estar atentos a advertir que para que un ciudadano pueda estar en condiciones de una participación democrática, primero debe tener acceso al trabajo, a la salud y a la educación. El derecho de alimentación, salud y educación para todos supone no depender de la asistencia clientelista. El clientelismo hace del Gobierno y del Partido una fábrica de pobres para mantener el poder.

Las virtudes necesarias y los peligros de la hora presente

 La acción política debe responder a las necesidades concretas de cada época, que son específicas y van cambiando. Al presente, parecen requerirse de los ciudadanos, en especial, estas condiciones:
Lucidez mental.  Los Gobiernos no han dejado de sembrar constantemente la mentira, la contradicción, la duda y la confusión. Por eso, hoy se  exige más que nunca claridad para distinguir lo esencial de lo secundario, lo significativo de lo irrelevante, lo urgente de lo postergable. En esto está comprometida la eficacia de las acciones y el evitar el desgaste que implican los desaciertos de los callejones sin salida, cuyas consecuencias las sufre luego toda la población. A esas condiciones los antiguos las llamaron Sabiduría y Prudencia, o sea: capacidad de descubrir los caminos más aptos para el logro de los objetivos, lo cual es más que la simple “inteligencia táctica”.

Coraje.  Muchas veces debemos enfrentar a grupos corruptos encaramados en el Estado,  que quieren convencernos de la  imposibilidad de desarmar su sistema. Luchamos contra poderes que se respaldan y potencian mutuamente. Así, las mafias son difíciles de desarticular, y el que lo intenta corre el riesgo por lo menos del desaliento, la incomprensión y la soledad.

Serenidad. Desde arriba, lo más característico del clima que se suele inyectar en la población es la crispación. Se requiere un equilibrio que anule la impulsividad y una paciencia que supere la ansiedad. Sin serenidad es imposible el diálogo constructivo y  se impiden los acuerdos y la conjunción de esfuerzos.

Al mismo tiempo, se nos requiere estar atentos a los peligros que pueden anular el logro de nuestros propósitos:

Integridad ética. Como condición fundamental podemos esperar que nuestra posición  esté al margen de la mentira, de la codicia y de toda trasgresión ética. No mentir, no robar, no acepar el relativismo moral de que “todo vale”, han de ser nuestros compromisos básicos.

El miedo, factor sutil y paralizante, suele estar presente en toda actividad humana, en forma explícita o implícita, negado o disimulado. Es que además, toda decisión implica algún riesgo. Aquí puede estar presente el miedo al cambio, por la incertidumbre que provoca; el miedo a la pérdida de comodidades o beneficios; el miedo a la persecución política o a las represalias, tan frecuentes en los gobiernos hegemónicos. 

La falta de apertura mental, quesignifica estrechez de criterios y carencia de flexibilidad. Supone aferrarse a esquemas rígidos de pensamiento, cerrarse a lo diferente y ser difícil para el cambio. Todo eso afecta la amplitud hacia los otros y el poder arribar a coincidencias y nos aproxima a la mezquindad. La convivencia democrática exige firmeza en los principios pero también disponibilidad mental y afectiva hacia los otros. La estrictez innecesaria lleva a los desacuerdos, genera conflictos e impide el progreso.

La propensión al desánimo y al escepticismo.  Cuando se quiere construir una democracia, el primer obstáculo es el escepticismo acerca de la posibilidad del entendimiento entre los seres humanos. Los conceptos básicos suelen ser: “no es posible cambiar”, “siempre habrá poderosos que se impondrán al débil”, “si uno no se defiende le pasan por encima”, “la vida social es y será la ley de la selva”… Son profecías de autocumplimiento:¡si se parte de esos supuestos, no se puede hacer mucho para que eso no suceda!

Hay que estar preparados y prever que las dificultades serán de tal magnitud que nos exigirán fortaleza, paciencia y ánimo esperanzado. Sólo una convicción profunda acerca de los valores que sustentamos puede asegurar una acción cuyo ritmo e intensidad se  adecuen a una estrategia y una táctica eficiente y oportuna. La ansiedad por la victoria conduce a la derrota. El facilismo es engañoso e infantil. No es posible eludir la necesidad del largo aliento: quien lo olvide ha equivocado el camino.
La renuencia a asumir cabalmente las responsabilidades de la época. Se impone “hacernos cargo de nuestro destino” y de la construcción de nuestro futuro, que no se hace solo, sin nuestra participación. Acaso la población actual ha naturalizado la actitud  de esperar que “se encarguen los otros” en mil ámbitos de la vida diaria.

Formación política

Formase políticamente es adquirir una capacitación realista y viva, en contacto con la existencia de los otros. Esto significa no confundir aprendizaje con cursos. La mentalidad no se modifica sólo con clases sino con experiencias compartidas.

Es aprender no sólo a adquirir conocimientos, sino entender los por qué de las situaciones y por qué las personas actúan así.  Es pensar por sí, con autonomía ante la ambigüedad de las realidades. Es desarrollar empatía con los otros y poseer autorrespeto y respeto por los demás. Y estar imbuido de sentido ético y  responsabilidad ante las decisiones: no “salir corriendo o “borrarse” cuando explota una situación” o las cosas fracasan. (3)

Es también descubrir que gobernar es conducir. Para que un proyecto social realmente se cumpla, se concrete en conductas y se consolide como cultura, los que conducen deben tener autentica identificación con el plan y estar decididos a construir una organización con esos valores, ejercitados cada día, con coherencia, en cada decisión.

De ahí la responsabilidad de los que se preparan para conducir. Deben ser los mejores; esto significa: poseer “sabiduría”. Los que conducen son modelos, porque  “el ejemplo no es el mejor medio de influir… es el único”  (A. Schweitzer)

Y formarse políticamente es asumir la convicción profunda de que la erradicación de la exclusión social (pobreza, indigencia, etc.) constituye el objetivo primordial de la acción política.  Todos los otros objetivos tienen sentido en cuanto constituyen medios para alcanzar ese objetivo esencial.

El hambre es criminal y es una vergüenza para la humanidad, porque la alimentación es un derecho inalienable y si el hambre existe no es por carencia de recursos sino por la injusta distribución de las riquezas.

Al político le corresponde dar el primer paso en  la extinción de la injusticia social y en el camino hacia la fraternidad.  Es un signo de nobleza despertar procesos cuyos frutos no disfrutaremos nosotros pero sí las generaciones futuras.

El logro de una vida digna para todos es el precepto ético primordial, porque es de justicia saldar el compromiso de la deuda interna que toda la sociedad tiene para con las víctimas de la marginación social. Y toda restauración republicana se legitima en cuanto es instrumento para la meta de la justicia social.

En todo tiempo y lugar, los políticos se plantean el interrogante obligado: ¿Cómo hacer que la gente participe?  Es muy difícil que lo haga si carece de convicciones. Se requiere una fundamentación suficiente que justifique y le dé sentido a la conducta ciudadana, y no es posible esperar una actitud participativa si no se cuenta con el apoyo  de sanos principios ideológicos.  Habitualmente falta en los partidos un esclarecimiento que brinde una adecuada base filosófica a la participación. No hay que esperar que ésta sea fruto de exhortaciones que terminan siendo sólo aspiraciones idealistas. Cualquier agrupación política que carezca de una doctrina definida y explícita, y de un relato y de una mística que la sustente, tendrá una escasa duración.

La mayoría de los partidos carece de un soporte de ideas que le dé significación a su accionar, más allá de su mero intento de alcanzar y mantener poder. Se debe interpretar el camino hacia el poder como medio para la concreción del país que queremos, con un pueblo animado por valores como la participación genuina, la transparencia de la gestión, el diálogo y la aceptación de las diferencias y la búsqueda del desarrollo a través de la paz y el rechazo de la violencia.

Para el logro de esos objetivos, la formación política de los cuadros resulta de importancia capital. Se impone contar con dirigentes que no sólo hayan interpretado y asimilado una doctrina, sino que desarrollen una praxis personal en consonancia con ella, comprometidos y con idoneidad para la asunción de sus responsabilidades.

La formación política implica que se incorporen explícitamente los valores éticos  fundamentales: una ética universal aceptable por todos, fruto de siglos de experiencia histórica. En las sociedades modernas, la pluralidad y la tolerancia permiten la convivencia, los ideales y las doctrinas morales, es decir: la aceptación del otro, del diferente.  Cuando esa formación falta, los resultados son evidentes. Si analizamos, uno a uno, la capacidad intelectual y la madurez personal de los legisladores y funcionarios de nuestro país, tanto del ámbito nacional como del provincial y local, el nivel promedio es francamente insatisfactorio y no responde a las necesidades del presente.

De ahí que los Institutos de Formación Política sean de una necesidad absoluta (4). En cualquier organización,  la creación de un centro de formación es la muestra de un proyecto serio y de una convicción genuina dispuesta a vencer el tiempo. Sólo lo hacen los que tienen la certeza de estar por buen camino, pero no quieren violentar el ritmo natural de los procesos con su afán por llegar. Los partidos políticos tradicionales han pagado caro el descuido de este tema, o la superficialidad los llevó a carecer de la profundidad y la envergadura suficientes como para llevarlo a cabo.

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(1)  Esta es la idea central que inspiró nuestra obra: Política para todos – M.A.Espeche Gil, H. Polcan y otros (Edic. SB 2011), cuyo subtítulo es Iniciación a la práctica democrática. 

(2)  A. Field: De espectadores a actores (Edición del autor  Bs. As. 2010)

(3)Varias de estas acertadas expresiones se las debemos al experto en Recursos Humanos Bernardo Poblet Martínez.

(4)  Recientemente ha tenido lugar la creación de una Escuela de Formación política por parte de la Fundación Pontificia Scholas Occurrentes para jóvenes de todo el mundo. (Elisabetta Piqué – Diario La Nación).  La consideramos una decisión de acertada lucidez y en acabada consonancia con las urgencias del presente.


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